Existen unos 30.000 parques zoológicos a nivel mundial que forman parte de una industria en que se exhiben literalmente millones de animales salvajes.
En estas instalaciones los animales viven, en la gran mayoría de los casos, de manera permanente en pésimas condiciones: como seres vivos y sintientes que son, tienen la necesidad de llevar a cabo sus comportamientos naturales, en el hábitat para el cual están naturalmente adaptados. Su uso, y en especial el de ejemplares de especies salvajes, para el entretenimiento humano, no solo no les permite desarrollar dichos comportamientos con graves perjuicios para su salud física y psicológica, sino que adormece a la sociedad en la empatía y el respeto de los demás seres vivos.
La observación de animales emplazados en un entorno artificial y llevando a cabo comportamientos impropios a su especie, carece de la función educativa que los parques zoológicos alegan desarrollar. Así mismo, tal y como demuestra el hecho que sólo una mínima parte de los zoos de Europa ha llegado a reintroducir especies en la naturaleza y que tan sólo el 8% de los animales de todos los zoos de Europa forman parte de un proyecto real de conservación, los parques zoológicos tampoco contribuyen a la supervivencia de las especies.
Los problemas atribuibles a las instalaciones de los parques zoológicos no contemplan sólo la falta de espacio, sino también el aislamiento, y la carencia de estímulos como consecuencia de vivir aislados en habitáculos desnaturalizados.
Dichas carencias, junto con otros factores importantes también como son los espectáculos y las interacciones que los animales se ven obligados a realizar, hacen que puedan llegar a desarrollar una amplia diversidad de patologías, comportamientos anormales y estereotipias.
Muchos zoológicos además ofrecen la posibilidad de tener contacto directo con los animales. Las actividades con interacciones suelen ofrecerse especialmente para los niños y como parte de las visitas que realizan las escuelas.
Dichas interacciones comportan no sólo un riesgo para las personas, debido a posibles ataques, mordeduras o enfermedades zoonóticas, sino también para los animales como consecuencia de un mal manejo. En el caso de los animales salvajes además, el hecho de ser continuamente manipulados por los visitantes, trasladados de un lado a otro, y de ser objeto de continuas sesiones fotográficas, puede provocar altos niveles de estrés que acaban desembocando en frustración, agresividad o apatía.
La existencia de estos lugares se justifica en base a tres objetivos principales: educación, investigación y conservación. Pero la realidad es muy diferente: diversos estudios e investigaciones muestran que los zoos de Europa no se constituyen sobre estos tres pilares, y en la mayoría, el bienestar de los animales que alojan tampoco es una prioridad, ya que estos centros se han convertido en lugares lucrativos. En EEUU los ingresos totales por las visitas a zoos y acuarios ascendieron a más de 5 billones de dólares en 2016, así que estos sitios dedicados al ocio y entretenimiento, buscan la manera de atraer visitantes para obtener mayores beneficios económicos (700 millones de personas visitan los parques zoológicos cada año en el mundo), ofreciendo continuamente nuevas atracciones, espectáculos e interacciones con los animales.
La mayoría de los zoos carecen de un programa de educación, no disponen de personal formado, no realizan visitas guiadas ni charlas educativas, tampoco elaboran rigurosos paneles de interpretación o disponen siquiera de un aula educativa.
La conservación debería estar detallada en un plan que indicara la participación del zoológico en programas oficiales de cría en cautividad, con objetivos conservacionistas. Estos objetivos se basan en lograr una población autosuficiente, que mantenga al menos el 90% de la variabilidad genética original durante cien años o más para evitar la endogamia y los problemas que de ella se derivan, y así conseguir que los animales formen parte de futuros programas de reintroducción. En cambio, los zoos elaboran programas de cría de multitud de especies que luego no se reintroducen, sino que sirven para alimentar las colecciones de otros zoos y mantener la diversidad genética.
La realidad es que la gran mayoría de especies que se albergan en los zoológicos no están amenazadas, sino que se mantienen en cautividad únicamente para su exhibición, como parte de una colección.
Por lo que se refiere a la investigación, son sólo una minoría los zoos que llevan a cabo estudios científicos. De estos estudios, un porcentaje aún menor aporta un valor al mundo animal, ya que la mayoría se centran en estudiar problemáticas y comportamientos de los animales en cautividad, que no se observan en libertad, y que por tanto no pueden ser luego extrapolados para ayudar a estas especies en la naturaleza.
Fuera de Europa las condiciones de los zoológicos pueden ser, si cabe, todavía más lamentables. Es este el caso, por ejemplo del zoo de Lujan en Argentina, que permite a los visitantes fotografiarse encima de leones drogados o del Sriracha Tiger Zoo de Tailandia, donde tigres y otros animales viven encadenados y encerrados en pequeñas jaulas, están obligados a realizar espectáculos además de tener que posar para fotografías con turistas y ser alimentados a la fuerza con biberón.
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