Marina, Lídia y Mireia son 3 amigas viajeras que este verano decidieron volar a Tailandia…pero no sin haberse informado antes sobre las implicaciones del turismo para los animales y, en especial, para los elefantes. A continuación, no os perdáis el relato de su experiencia en un centro de rescate…¡real!
«No estaba en nuestros planes viajar a Tailandia pero, después de todo, ¡allí estábamos! Apresuradamente, antes de partir, nos pusimos a buscar información sobre nuestro destino y vimos que el elefante, además de ser el animal nacional del país, era uno de los principales atractivos de la zona. Todas compartíamos las ganas de hacer una actividad con ellos pero… ¿No se supone que estamos en contra del maltrato y la explotación animal? ¿Era este el tipo de turismo que queríamos fomentar? Obviamente no.
Así pues, nos pusimos a investigar si aún quedaba gente que antepusiera el bienestar de los animales al postureo de los turistas y fue entonces cuando encontramos un estudio -realizado por la ONG FAADA- de los santuarios recomendables que existían en Tailandia. Después de documentarnos decidimos que BEES – Burm & Emily’s Elephant Sanctuary era el que más nos llenaba y aunque exigían una estancia de larga duración para poder entender así la globalidad del proyecto, decidimos contactar con ellos. En nuestro caso no disponíamos de demasiado tiempo pero las ganas nos podían y finalmente nos aceptaron como voluntarias por 2 días.
BEES es un lugar de retiro para elefantes ancianos que necesitan descanso y cuidado permanente y donde tienen la oportunidad de vivir libremente en plena naturaleza.
Lo que conlleva que nuestra experiencia en BEES fue mucho más que cuatro selfies. ¡Os lo contamos!
Día 1
La llegada fue triunfal: ¡unas katiuskas, un chubasquero y un machete! Con estas herramientas nos propusieron preparar un gran banquete para los elefantes. Poco nos pensábamos que cortar las cañas de azúcar era tan agotador, que una vez apiladas estas pesaran tanto y que pelar bananas era una tarea que llegaríamos a hacer a dos manos…
A lo lejos, hubo alguien que olió esa delicia y no se pudo resistir. ¡Allí estaba! Una hermosa elefanta de 71 años llamada Thong Dee que desde un inició nos generó una contradicción: por un lado sentíamos respeto al verla andar, y por el otro, el deseo de sentirla cerca y acariciarla. Lo primero que aprendimos sobre los elefantes es su particular manera de comer: utilizan su trompa a modo de cuchara por lo que son muuuuuuuy lentos (¡Invierten 20 horas diarias en comer!).
Después del festín llegó la hora del baño; tan esperada debido al calor sofocante de Tailandia. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que Thong Dee tenía dos enormes cicatrices en las patas delanteras debidas a el roce producido por las cuerdas a las cuales se agarraban los turistas y debido a que su hogar anterior había sido en un centro turístico donde la explotaban.
Nos despedimos de ella por ese día y pasamos una agradable velada hablando con los cuidadores sobre el funcionamiento del santuario. Con ellos descubrimos muchas cosas que nos sorprendieron. Aquí van algunos datos:
- Un elefante cuesta alrededor de 40.000€ (si ya es una cifra descomunal para nosotros, imaginaros convertida a su moneda…)
- En el caso de BEES, los únicos fondos que adquieren provienen de los voluntarios y de la propia organización, ya que el gobierno de Tailandia no apoya económicamente estás iniciativas.
- Las secuelas psicológicas que sufren los elefantes que han sido maltratados son tan grandes que el proceso de adaptación a un nuevo hogar puede durar años.
- En BEES los elefantes se desarrollan en libertad durante toda la mañana y es por la tarde que regresan al santuario para recibir los cuidados necesarios.
Día 2
Salió el sol y despertamos en la cabaña del árbol. Nos volvimos a calzar las katiuskas, en este caso para limpiar los espacios donde habitan los elefantes: barrimos pieles de plátano y limpiamos excrementos.
Fue después que nos preparamos para adentrarnos en la jungla y poder así observar el comportamiento de los elefantes en libertad. En libertad significa que los elefantes paseaban por la selva mientras nosotras – torpemente y algo perdidas- rastreábamos su camino. Y aunque nos hubiese gustado disfrutar de toda la mañana con ellos, la recompensa después de 3 largas horas andando fueron tan solo 10 minutos contemplando a Thong Dee mientras comía.
Debíamos marcharnos para prepararles algo de comer. El primer día nos pareció gracioso eso de tener que preparar una ensalada de plátano a un elefante pero no creíamos que era la rutina diaria de los cuidadores. Fue entonces cuando aprendimos que los elefantes, al hacerse mayores, lo primero que pierden son los dientes. Eso dificulta su alimentación y causaría su muerte si se encontrarán en completa libertad. Es por eso que era necesario que les trituráramos las cañas de azúcar o les pelásemos los plátanos, ya que así facilitábamos su digestión.
Nos daba mucha pena pero nuestra experiencia como voluntarias en el santuario de elefantes estaba llegando a su fin. disfrutamos de un último baño con Thong Dee y nos despedimos de ella hasta la próxima.
Queríamos compartir esta experiencia porque nos ha ayudado a entender que otro tipo de turismo es posible. Y que aunque la opción fácil sea montar en elefante y tomarse millones de fotos, ¿Qué nos aporta realmente esa experiencia? ¿Y los elefantes, que recuerdo tendrán de nosotros?
Muchas veces la falta de información hace que sigamos perpetuando este tipo de actividades sin preguntarnos el impacto que con su realización causamos. Definitivamente un turismo sostenible es más que posible y solo está en nuestras manos decidir si queremos contribuir en él o seguir alimentando este negocio.
Con estas líneas solo queríamos puntualizar que si todos aportáramos nuestro granito de arena, quizás las prácticas que conllevan maltrato animal quedarían atrás.
Obviamente de toda esta experiencia queríamos llevarnos un buen recuerdo fotográfico pero al leer la normativa del centro nos llevamos un pequeño chasco: estaba prohibido sacarse fotos con los elefantes. Las restricciones fueron algo que al principio nos impactó, pero enseguida entendimos el porqué de todo esto. Lo que quiere BEES es fomentar el voluntariado con elefantes y eso significa trabajar en la plantación de comida para ellos, preparar ensaladas de plátano, limpiar los espacios…Vamos, que no todo es una foto abrazando a Thong Dee. De hecho, Thong Dee era la única elefanta que se prestaba a tener contacto con nosotras, por lo que fuimos muy afortunadas. Por contra, era tan grande el trauma de la otra elefanta que conocimos que no toleraba la presencia humana y los cuidadores estaban realizando un gran esfuerzo para borrar sus malos recuerdos y hacerla sentir libre otra vez.»