Después de siete años de espera, finalmente se habían obtenido los permisos necesarios para el traslado de las elefantas Kuky y Puppy, del Ecoparque de Buenos Aires, y de Kenya, del Ecoparque de Mendoza, al Santuario de Elefantes en Mato Grosso, Brasil, donde podrían pasar sus últimos años en semi- libertad. Sin embargo, en una fatídica coincidencia, el pasado 22 de octubre, Kuky —la elefanta africana que llegó a Argentina en 1993, tras se arrancada de su tierra después de que fusilaran a su madre en una matanza selectiva en Sudáfrica— falleció antes de que se pudiera llevar a cabo su traslado.
A las 3 de la madrugada, los guardias de turno en el centro oyeron una vocalización de Puppy y acudieron al recinto de las elefantas. Encontraron a Kuky desplomada en el suelo. Durante tres largas horas, el personal intentó reanimarla y levantarla, pero todos los esfuerzos fueron en vano. Justo antes de que llegara una grúa de emergencia, Kuky sufrió un infarto masivo y perdió la vida.
Es realmente desolador que la elefanta haya fallecido cuando estaba tan cerca de disfrutar de una vida más digna y cercana a sus necesidades, como el poder caminar al menos diez kilómetros al día, algo fundamental para cualquier elefante.
Esta situación plantea preguntas sobre por qué Kuky, Puppy y Kenya debieron esperar tantos años para iniciar una nueva vida. La burocracia necesaria para estos traslados es compleja y las demoras han sido enormes. Las complicaciones políticas, el cambio de gobierno, y la situación de ambos países dificultaron los permisos necesarios. No fue sino hasta la intervención de figuras como la secretaria general de la Presidencia y el secretario de Ambiente, además de la colaboración de los embajadores de Argentina y Brasil, que los trámites avanzaron. Lamentablemente, para Kuky, estos esfuerzos llegaron demasiado tarde.
Su historia es un triste recordatorio de lo que sucede cuando los intereses humanos y la burocracia pesan más que la vida y el bienestar de los animales.
